20 Septiembre de 1805: La babel flotante: extranjeros en el Victory. Iindagamos en el fenómeno de los foráneos que sirven en la Royal Navy.
De nuestro corresponsal en la bahía de Cádiz Fernando J. Suárez De Miguel.
Nos encontramos a bordo del Victory. Solamente al deambular por un gran navío de línea como este, puede uno hacerse una idea de la cantidad de hombres que sirven a bordo.
Desde las gavias hasta los sollados, desde el bauprés hasta la toldilla encontramos hombres de toda condición desempeñando sus trabajos, ya sea el grumete que asiste al maestro carpintero o el circunspecto infante de marina que, impasible, monta perpetua guardia junto a la campana.
Sin embargo, cuando descendemos desde el alcázar a las cubiertas inferiores y penetramos en ese oscuro mundo donde, paradójicamente, se encuentra el verdadero corazón de todo barco encontramos, mejor dicho, oímos hablar el inglés en varios y muy diversos dialectos y, para nuestra sorpresa, en lenguas que poco o nada tienen que ver con la de Shakespeare. El teniente Alex Hills, que nos acompaña en nuestro periplo, nos explica el porqué de este fenómeno.
Pregunta(P): ¿Es habitual que haya extranjeros sirviendo en barcos de guerra?
Teniente Hills (H): Sí. El servicio está abierto tanto para los súbditos de Su Majestad como para todos aquellos que, sin serlo, estén bien dispuestos.
P: Pero la mayor parte de la tripulación es inglesa, ¿verdad?
H: No necesariamente. En muchos países extranjeros, como España por ejemplo, se tiende a generalizar que todos los súbditos de Su Majestad son ingleses cuando la realidad es que el término adecuado es británicos. Aparte de ingleses tenemos galeses, escoceses e irlandeses y un destacado número de extranjeros, que incluye alemanes, italianos, malteses, norteamericanos, portugueses, daneses, franceses, escandinavos, indios, holandeses, africanos y de las Indias Occidentales.
P: ¿Qué razones pueden impulsar a un extranjero a servir en su Armada?
H: Bueno se me ocurren unas cuantas, a saber. En esta coyuntura de guerra hay algunos que consideran a Francia su enemigo y vienen con nosotros para combatirla.
No faltan tampoco los que acuden atraídos por los botines que se obtienen con las capturas pues es bien sabido que en un buque de Su Majestad todos, desde el capitán hasta el último grumete, reciben su parte. También están los que prefieren servir en un barco de guerra, aunque sea extranjero, antes que en un ballenero, por ejemplo. También, no voy a negarlo, hay convictos de diversos delitos que encuentran así una forma de redimirse.
P: ¿Aceptan ustedes entonces a individuos de cualquier calaña?
H: No se confunda. En tiempos de guerra hacen falta hombres y no siempre es posible obtenerlos de forma regular. Hay extranjeros que se enrolan voluntariamente y, en esos casos, no hacemos demasiadas preguntas. En cuanto a que haya convictos británicos en los barcos del Rey no es ningún secreto: cuando a un hombre se le da a elegir entre la horca (o los penales de Australia) o servir en la Armada la elección no es dudosa. Una vez a bordo la disciplina es absoluta y en semejante entorno no son pocos los que acaban convirtiéndose en hombres honestos y temerosos de Dios.
P: Cuando habla de obtener hombres de modo regular para el servicio no puedo evitar pensar en las rondas de enganche y de lo impopular que resulta esta institución .
H: La ronda de enganche (Press Gang en nuestro idioma) es efectivamente un sistema basado en la coerción pero no olvide que la Armada es la única defensa de Gran Bretaña frente a sus enemigos y, en ese aspecto, cualquier medida encaminada a surtirla de efectivos me parece del todo justificada.
P: Pero el secuestro de súbditos extranjeros es un atentado contra el Derecho de Gentes.
H: Nosotros somos los primeros en reconocer que es mejor un voluntario que tres conscriptos pero cuando escasean los voluntarios, cuando las cuotas de los condados no cubren los cupos y cuando las rondas no alistan suficientes súbditos de Su Majestad hemos de recurrir a lo que hay. Y si lo que hay son marineros extranjeros, no dude que serán ellos los alistados.
P: ¿No resulta difícil la vida a bordo con extranjeros, muchos de ellos forzados a servir?
H: Al principio puede, y de hecho no faltan quienes desertan o tratan de hacerlo, pero la mayoría permanece en su puesto porque se saben tratados exactamente igual que si fuesen súbditos británicos, ni más ni menos.
P: Antes ha mencionado que tienen norteamericanos a bordo. ¿No le parece una contradicción después de su Revolución e Independencia?
H: En realidad no. No olvide que para muchos norteamericanos Gran Bretaña representa la matriz de su nación y los lazos que nos han unido aún perduran. No es de extrañar, pues, que en esta hora de peligro haya voluntarios deseosos de defender a su madre patria.
P: Sí, pero ¿qué hay de los reclutados a la fuerza?. Tengo entendido que al Presidente Jefferson y a su Secretario de Estado, el señor Madison, no les hace ninguna gracia que detengan a sus barcos en alta mar y secuestren a sus tripulantes con el pretexto de que, como exbritánicos, son desertores.
H: Los yanquis son demasiado dados a las exageraciones. Es cierto que detenemos sus barcos y también que enrolamos a norteamericanos a la fuerza pero no es menos cierto que muchos capitanes yanquis participan en el fraude de expedir falsos certificados de nacionalidad a súbditos británicos que eluden así su servicio al Rey. Como ve, aquí no estamos ninguno libres de culpa.
P: Para terminar, teniente, confiaría su vida a un marinero extranjero.
H: Sí y por una razón muy sencilla. Porque en este barco, como en cualquier otro, antes que británicos o extranjeros, somos marineros y, como tales, dependemos del compañero que tenemos al lado ya sea en una galerna o en un abordaje. La camaradería que impera a bordo, y que se acentúa en situaciones de peligro, hace que lo mejor de cada hombre salga a relucir y, en ese aspecto, poco importa donde se haya nacido.