PLAN DE NAPOLEON: CAMPAÑA DE LAS ANTILLAS
Julio Terrón
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En esta nueva campaña, Napoleón recuperó el antiguo plan de invasión de Inglaterra, pero para ello necesitaba tener despejado el canal de buques ingleses. Para intentar conseguirlo, ordenó una maniobra de evasión a todas sus flotas de Toulon, la Rochelle, Brest, que evitando bloqueos debían salir de puerto y reunirse en las Antillas.
La flota inglesa, al perseguirlos, debilitaría su presencia en el canal, permitiendo al ejército francés cruzarlo con ayuda de sus barcos que habrían vuelto rápidamente, engañando de nuevo a los ingleses. Solo necesitaba 72 horas de ayuda de la flota y por eso ordenó a sus almirantes que no la arriesgaran en batallas inútiles. Llegado el momento no le importaría sacrificarla con tal de alcanzar las costas inglesas.
Pero el plan era muy difícil de ejecutar. Napoleón magnífico militar en tierra no entendía las cosas del mar y pensaba que las flotas se podían mover como sus ejércitos. Decía “La palabra imposible no está en mi vocabulario”, pero los retrasos, las cuestiones del mar, el excesivo centralismo, las órdenes y contraórdenes y el secreto de la operación, que Napoleón nunca transmitió globalmente y de forma clara a sus almirantes, hicieron que no funcionara. De esta forma los almirantes de las diferentes flotas no se encontraron en el tiempo convenido, uno llegó antes a aquellas islas y se marchó, otro no pudo salir de puerto y Villeneuve, aunque evitó el bloqueo con su flota de Toulon y recogió a Gravina y sus buques de Cádiz, se vio solo en el teatro de las operaciones.
Nelson, burlado, partió de Gibraltar un mes después; y el francés, enterado de su llegada, atenazado por la responsabilidad de no fallarle a su emperador y por la obediencia ciega de no arriesgar su flota en acciones inútiles, marchó de vuelta a Calais, sin presentarle batalla.
Después de Aboukir, Nelson era su bestia negra.
En su vuelta de América, Villeneuve no escogió la mejor ruta; volvió con enfermos y la tripulación sedienta, siendo descubierto cerca de Galicia por una rápida fragata que Nelson envió para avisar al Almirantazgo. Inmediatamente enviaron al almirante Calder que provocó la batalla de Finisterre donde los españoles nos batimos bien e hicimos daño al inglés, pero no se pudo evitar que se retiraran con dos barcos apresados : El San Rafael y Firme. Los españoles llevaron el peso de la batalla en aquella tarde de niebla, con 200 muertos y apenas una docena de bajas francesas. Se intentó al día siguiente una tímida persecución del enemigo pero, finalmente, la combinada se retiró a los puertos de Vigo y Ferrol. La desconfianza de los españoles hacia sus aliados empezó en aquel desafortunado encuentro. Nuevas misivas de Napoleón urgiendo a Villeneuve a que se presentara en el canal en unión de Allemand: “ánimo, con vuestros barcos y mis fuerzas Inglaterra es nuestra”. Villeneuve, una vez habiendo reparado y cambiado buques en mal estado por otros nuevos y haber desembarcado las tropas enfermas, envió la fragata Didon a su compañero con sus planes de encuentro, pero fue capturada.
Finalmente no se entendieron, los barcos franceses de refuerzo no llegaron a tiempo, y cansado de esperar inútilmente, decidió salir intentando subir a las costas de Boulogne. Vientos contrarios no le ayudaron en su deseo, y al ver en el horizonte velas de lo que creía eran buques enemigos (obsesionado con su eterno enemigo, pensando que todo el mar del Norte estaba plagado de buques ingleses que lo estarían esperando), cometió el error de no comprobar el pabellón de aquellos buques y se decidió por el plan B, ir a Cádiz a reforzar la flota. Gajes del destino… eran de la flota francesa de Allemand.
Llegó a Cádiz la impresionante flota el 19 de Agosto, haciendo huir a Gibraltar a los cuatro buques de bloqueo de Collingwood. Cuando se enteró Napoleón, montó en cólera e insultó gravemente a Villeneuve a través de su amigo el ministro Decrés. Ya le retiró la confianza.
Esta parte de la conferencia está publicada en el libro “ Bicentenario de Trafalgar en el Ateneo de Cádiz”, Julio Terrón, páginas 32-41 .